martes, 9 de octubre de 2012

Es la hora.

Como un preso en el corredero de la muerte acristalado con vistas al mar y cada dos metros, una puerta gritando libertad. Encadenado de pies y manos sintiendo que es el fin.
A una silla y una descarga para pisar la felicidad enterna y abandonar el infierno, éste mundo condenado.
Sólo te dejan cuatro segundos y poco más para despedirte, pero atado. Sólo dos, para soltar la última bocanada de aliento; tres, para el último latido y tu alma enterna deambulará en esos mares gritando '' ¡llegó el momento! '' es la hora de la libertad, atravesando puertas y jurando a no volver.
Perdóname los errores. Perdóname por no haberme despedido; por no negociar las noches. Y en la pared, conté los días y en mi cuerpo rayé la piel por no cumplir mi voto. Perdóname.
Bendita sensanción de tenerte encima mía y, tus manos en la noche y, arroparte, antes de que las estrellas empiecen a caer y yo tiemble de miedo como un recíen nacido.
Nuevo sol atrayente de ausentes sonrisas y desgarrador el ruido de ahí fuera y no es nadie.
Ante altas horas de confusión me alejo donde nada ni nadie pueda verme y recordame.
Tan solo pude ver quien era en la última persona que miré a los ojos y ya ni me acuerdo del color.

                                       

                                                                                          -No recuerdo la última vez que el corazón latía y no por necesidad.

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