Hoy
es el típico día en el que los besos te saben amargos y las caricias te
astillan la piel. El sol sigue teniendo su mismo brillo y la luna sigue sin
querer mostrarnos su lado escondido.
La
pasión se ha quedado dormida, y la ilusión busca nueva y mejor compañía.
Hoy
el alma pesa, el aire pesa, los pensamientos pesan.
Me
he levantado y me he dado cuenta que tenía dos pies izquierdos, así que, como
era de esperar me he caído. Qué tontería verdad, como si tener dos pies
izquierdos fuera algo común, pues hoy lo es y lo que es peor, me agoniza saber
que sólo tengo una mala perspectiva desde aquí arriba y que se arregla
cambiando de postura.
Qué irónico y qué estúpidos podemos llegar a ser pensando que
todo nos condiciona, todo nos afecta porque hay una conspiración universal en
la que el mundo que conocemos se ha puesto en nuestra contra. Cómo nos gusta
autocompadecernos, sentarnos a llorar, fumar y beber y mirar la vida
pasar, esperando que ocurra un milagro dejando lo más valioso que tenemos irse, el tiempo, nuestro tiempo, tu
tiempo.
Qué mal acostumbrados estamos a no ver las cosas y si no lo
hacemos, enfrentarnos a los monstruos de debajo de la cama y la oscuridad. Qué
hipócritas somos al pensar que el cambio está siguiendo, dependiendo,
obedeciendo a otros, como si dos palmadas en la espalda fuera a arreglarlo todo, a sabiendas de que todo el cambio que puede hacer alguien
está dentro de uno mismo si uno quiere.
Qué tonta soy al saber que todo depende de mí y sigo
llorando, bebiendo y fumando esperando un milagro y alguien que me de dos golpecitos en la espalda por no saber caminar hoy con dos pies izquierdos, aún
sabiendo que tengo uno derecho y que puedo hacerlo pase lo que pase.